Siempre se ha dicho que el verdadero perdón implica olvidar...
Sin embargo, ¿qué pasa cuando uno perdona realmente pero no puede olvidar? ¿Quiere decir que en verdad no perdonó?
El perdón tiene dos lados: el que pide perdón y el que perdona. Conseguir estar en cualquiera de los dos lados es sumamente fácil, a la vez que salir es muy difícil.
Pedir perdón implica tener la hidalguía de reconocer que algo de lo que hiciste o dijiste lastimó a alguien. Ya sea porque lo hiciste con premeditación o porque ni te imaginaste el daño que causarías. En cualquiera de estas situaciones, debemos de dejar el orgullo de lado y enfrentarnos a la realidad de reconocer que hay alguien lastimado por nosotros, por nuestra culpa.
Si tu eres un@, de los que has llegado hasta esa conclusión, créeme, es mucho, pero aún falta camino por recorrer, pues hay que buscar a la persona para tratar de resolver lo que pasó.
Pero ¿qué pasa si lo que hiciste fue tan malo que no hay manera de resarcirlo, de componerlo, de volver a su lugar aquello que cambió? ¿qué pasa si no te quiere perdonar?
Perdonar por su lado trae una carga difícil, pues supone de algún modo que debemos también dejar nuestro orgullo de lado.
Permitir hablar a quién viene a pedir perdón, escuchar lo que nos dice y aceptar perdonarle, al fin y al cabo.
Pero ¿qué pasa si no quiero perdonar? ¿y si no puedo hacerlo? ¿y si me embarga el pesar de tener que olvidar lo que me hicieron?
Sinceramente, creo que si alguien puede perdonar pero no logra olvidar, es algo absolutamente normal, y no debe ser juzgad@, ni interpretado como que no perdonó.
Olvidar es un proceso largo y costoso que se da en el tiempo, y sólo le pertenece a aquel que es ofendido, al que debe perdonar.
El ser perdonado, por su parte, no supone, de ningún modo, que la vida continua como si no hubiera pasado nada. Quien pide perdón debe actuar de tal manera que se reconozca su sincera y honesta intención de ser perdonado.